Cuando el Apóstol Pablo escribe su epístola a los Romanos, se encuentra en un momento cumbre de su vida. Sus numerosos viajes evangelizadores le han brindado un sinnúmero de experiencias apostolicas.
Ha comprendido que el centro del ser cristiano está en creer, por la fe, que Cristo "fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación"; que el bautismo nos sumerge en Cristo muerto y resucitado (Rm 6); que "el Espíritu Santo derrama en nuestros corazones el amor del Padre" (5,5); y a su impulso, podemos llamar a Dios ¡Padre! (8,15).
El llamamiento a la fe es una gracia ofrecida a todos los hombres, tanto judíos como gentiles; todos están llamados a la salvación en Cristo Jesús (9-11). De aquí se deriva que el cristiano, estando en el mundo, tiene que vivir "una vida nueva, conducido por el Espíritu de Dios" (Rm 12-15).
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