Esta epístola es una explosión de fe y de amor del Apóstol por Cristo Jesús. Su vida puede sintetizarse en esta palabra central: "Vivo, ya no yo, sino que vive en mí Cristo. Y si ahora vivo en la carne, vivo en la fe, en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí" (2,20).
Esta carta menciona el fruto que el Espíritu Santo produce en el creyente, cuando éste se deja conducir por Él: "En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, comprensión, afabilidad, bondad; fe, mansedumbre, dominio de sí". (5,22)
Pablo es consciente de la situación final del hombre: "Porque lo que el hombre siembre, eso también cosechará; el que siembre en su propia carne, de la carne cosechará; el que siembre en el Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna". (6, 7-8)
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